El dibujo nace con la mano, es ésta la que conecta los ojos con el carbón, el lápiz o la pluma, el muro o el papel: la mano es el instrumento de creación; sin manos es imposible dibujar. Lo advierte Henri Focillon en su ensayo Elogio de la mano: «Lo que distingue el sueño de la realidad es que el hombre que sueña no puede engendrar un arte: sus manos duermen». El dibujo es una de las actividades humanas más básicas pero que, al igual que el descubrimiento del fuego o la invención de la rueda, revolucionó la historia de la humanidad: en el dibujo es donde la idea encuentra su concreción. Para el artista el dibujo es su forma de expresión más íntima y espontánea, la que no está sujeta a un encargo ni tiene aún en mente la mirada del espectador. Es, según Artur Ramon, allí donde se funden el azar y el don. En este volumen, un viaje desde las cuevas de Altamira hasta el despliegue de las imágenes realizadas en arcilla por Miquel Barceló en los pasillos de la Biblioteca Nacional de París, nos invita a recorrer los entresijos de este gran arte menor; el que reduce la idea del creador a lo fundamental y constituye