«Esa península ibérica pletórica, una realidad plural y próspera, moderna, dialogante y democrática, ese país que nunca existió, pero que creímos tan cercano durante la década de 1990, cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona y las Exposiciones Universales de Sevilla y Lisboa, cuando parecía que nos habíamos transfigurado en el mejor futuro de nosotros mismos, todavía está al alcance de la mano.» Así empieza El país que nunca existió, una carta náutica para marcar el rumbo hacia ese país posible. En él, Gabriel Magalhães propone, en primer lugar, una mirada a nuestra historia, en particular, a aquellos episodios que son ahora la causa de un pasado aún por solucionar y un impedimento para vivir el presente como un viaje hacia el futuro. Luego, plantea una mirada ibérica, seguro de que la historia de ambos países se entiende mejor si se relaciona con la del país vecino, lo que no significa lanzarse a un iberismo decimonónico o a una Iberia utópica hoy de poca utilidad, sino reconvertir los países a los que pertenecemos España y Portugal en el marco de la globalización y de una Unión Europea que no ha logrado d