Son poemas dedicados, todos ellos, a su relación con el mundo natural, quizá la veta central y más significativa de su obra. Un vínculo con la naturaleza que se funda en la contemplación fascinada, el aprendizaje moral y estético y una profunda empatía con los seres vivos, desde la golondrina que vuela en círculos al más humilde insecto pasando por la familia numerosa de los árboles o los jardines que son refugio y emblema de la belleza. El resultado es una poesía que combina la ingenuidad y la capacidad de extrañeza propias de un niño con la sabiduría de quien ha vivido y pensado largamente, y que en los tramos más recientes de su desarrollo ha cobrado cierto aliento oriental.