La concepción hegeliana de la libertad goza hoy en día de una sorprendente, aunque controvertida, actualidad. La razón principal de su vigencia se debe, sin duda, al nivel de complejidad en que Hegel nos ha dejado planteado el problema, vale decir, a la diversidad y a la riqueza de dimensiones que implica para él la definición de la libertad y a los esfuerzos que hizo por darle a esa multidimensionalidad una estructura conceptual adecuada. Cuando Hegel sostuvo que «la historia universal consiste en el progreso de la conciencia de la libertad», hablaba solo de la adquisición de una conciencia, de una conquista conceptual, no necesariamente, o no aún, de una realidad. Para que la idea de la libertad se ponga en práctica y llegue a permear todas las instituciones de la sociedad, hará falta, en su opinión, desplegar una ardua tarea de educación y recorrer un largo camino de la cultura. Es la travesía de la libertad. Lo es, por el despliegue anunciado de indispensables transformaciones de larga duración, pero también por la convicción de que el itinerario no tendrá fin, pues se enfrentará siempre a nuevos e ins