Miguel José de Azanza (1746-1826) es una figura muy destacada de nuestra historia. El que sea un desconocido, más allá del hecho de que haya sido una víctima de la fureur de nos discordes civiles, se debe a la miseria de nuestro conocimiento histórico. Después de una carrera inicial muy poco habitual en América, desempeñó cargos importantes en el ejército, en la administración y en la diplomacia. Encargado de Negocios en las embajadas de San Petersburgo y Berlín, fue ministro de la Guerra en tiempos de la revolución francesa y, después, virrey de México. Tras un tiempo de ostracismo durante la última privanza de Godoy, fue ministro de Hacienda en el primer gobierno fernandino, y acto seguido uno de los personajes claves del gobierno napoleónico como superministro de José Bonaparte (como ministro sucesivamente de Hacienda, de Indias, de Negocios Eclesiásticos y de Asuntos Externos) tras haber sido presidente de la Asamblea de Bayona. Muerto en el exilio como el más importante de los afrancesados, su archivo privado nos da claves inéditas sobre aquel hombre tan notable por su talento, como por las grandes vicisitudes que ha experimentado en su fortuna, según el decir de su amigo Humboldt.