El tratamiento de los seres vivos en la obra de Robert Walser no se distingue por la humanización o el anhelo del estado salvaje, sino que supone más bien una reflexión lúdica, aunque en absoluto inofensiva, sobre los lazos del hombre con las criaturas, que a menudo le acompañan como vecinos mudos e indefensos a los que, en su calidad de amo, se ve obligado a mandar o justificar.