La Carta VII recuerda la fracasada incursión en política de un gigante intelectual que, ya sexagenario, trató de llevar su reflexión teórica a la práctica. Platón emprendió su viaje a Siracusa con la pretensión de hacer del joven tirano Dionisio un gobernante virtuoso que aplicase en su ciudad los principios filosóficos de la Academia. Le movían su antigua amistad con el noble siracusano Dion y la sugestiva oportunidad de influir en la vida pública, a la que había renunciado en su Atenas natal. Como en el célebre mito de la caverna en la República, creía deber ineludible del filósofo transmitir a los demás la verdad y la virtud.
Esta obra maestra de la literatura antigua describe las ilusiones iniciales de Platón y su progresivo desengaño hasta la catástrofe final con un tono muy personal y un estilo narrativo ágil y apasionado.
Más allá del debate sobre su autenticidad, la carta plantea la problemática relación de los intelectuales y el poder en términos rememorados en múltiples ocasiones a través de los siglos. La Siracusa de Platón es un lugar al que muchos pensadores han vuelto a lo largo de la historia y que en nuestro tiempo tiene absoluta vigencia.