El príncipe de Palagonia debe su fama a la villa de Bagheria, en Sicilia, conocida como la villa de los monstruos. Desde 1770, fueron muchos los viajeros que la visitaron y escribieron acerca de ella, y ya hacia 1780, pese a ser objeto de burla y desdén por parte de quien se sentía protegido por las leyes serenas del clasicismo, se había convertido en una de las paradas obligadas del viaje a Italia. Pero el presente volumen no está dedicado propiamente a la villa sino a su creador-propietario, hombre receloso, irónico, esquivo y un tanto enigmático. Obsesionado con la materialización de un sueño, se comportaba como un artista sin serlo, y su timidez y reserva en la vida privada contrastaban agudamente con la necesidad de maravillar, escandalizar, atemorizar, incluso de aterrar que delataba su obra. ¿Era acaso el príncipe un revolucionario del gusto que, desgarrado por una nostalgia de tiempos feudales, se lanzaba contra su propio siglo, sin servirse de la pluma ni de la espada ¿O se escondía en él una ambición burlona, una ideología secreta, una enfermedad, un amor por la venganza En estas páginas Macchia si