En los años sesenta, el rock y el pop arrasaban en las listas de ventas, y en Nashville, la capital de la música country, los ejecutivos de la industria decidieron plantar batalla. Para ello desarrollaron un sonido que tomaba la esencia del country pero la adornaba con orquestaciones y arreglos pop que lo hacían más agradable para los mansos oídos urbanos. Y para lograrlo, debían controlar por completo lo que hacía cada artista. En ese contexto, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson lideraron una revolución artística en la que fue clave la singular idiosincrasia tejana, estado en el que hippies melenudos con camisetas y zapatillas convivían, bebían y bailaban junto a rudos vaqueros con sus botas y sombreros. Con Hank Williams como padre espiritual y Johnny Cash como referente directo, este grupo de artistas logró romper con lo establecido –desde la música a la forma de grabar o de vestir–, e incluso romper con los poderosos sindicatos. Hacían las cosas a su modo, y por ello les apodaron Outlaws: los forajidos de la música country. Bob Dylan, Gram Parsons, Merle Haggard, Emmylou