Este libro, nos dice su autor, es fruto de largos años de reflexión en torno a «líneas de pensamiento y experimentación poco habituales». Para él, la fuente es la imagen que mejor representa el misterio de la vida; en arquitectura, los rascacielos serían las fuentes heladas que han ido brotando en las ciudades. La forma, como afirmaba Sullivan, ha de ser siempre fiel a la función, pero, según Bragdon, la función debe expresar y determinar a la vez el significado mismo de la forma, como ocurre en los organismos naturales. Por tanto, la arquitectura ha de ser orgánica y estética, no en el sentido de «acorde con el buen gusto», sino en el más profundo de belleza. Después de repasar el fenómeno, puramente estadounidense, de los rascacielos, que nació de una necesidad práctica y no estética, Bragdon sostiene que un edificio no será una obra de arte si no obedece a una norma armoniosa de sus medidas, como va explicando mediante ejemplos a lo largo de esta obra. Por último, se ocupa de la ornamentación, suprimida de la arquitectura moderna porque, además de no cumplir ninguna función, encarecía la obra; a lo que