Al ser elegida corte de los Austrias, Madrid se convirtió en la capital de facto de un imperio mundial, un lugar donde se tomaban decisiones trascendentales cuyas implicaciones se dejaban sentir en todos los rincones de sus vastos dominios, y a lo largo del siglo XVII se engrandeció su aspecto público gracias a la creación de un «espacio cortesano» para residentes y visitantes. A partir de la representación de la arquitectura de la ciudad en grabados, dibujos, libros, pinturas e incluso de planos elaborados para este estudio, Escobar demuestra cómo, a través de materiales de construcción y formas comunes, la arquitectura madrileña encarnó la imagen de la Monarquía y promovió sus ideales políticos de justicia y buen gobierno.